Pattabhi Jois escribe en Yoga Mala:
“El cuerpo y la mente están interrelacionados, uno con el otro. Si el cuerpo físico o los sentidos experimentan dolor, la mente también lo va a experimentar. Todos saben esto. Si la mente está afligida, el cuerpo pierde peso; se vuelve débil y sin brillo. Si la mente está en paz y contenta, el cuerpo florece y desarrolla una fuerza y una luminosidad sin comparación. Por lo tanto, el cuerpo y los sentidos están ligados a la mente y dependen de su fuerza. Por esta razón se debe conocer el método para fortalecer la mente. Para entender como alcanzar esta concentración, primero se debe purificar el cuerpo y luego desarrollar la fuerza mental. El método para purificar y fortalecer el cuerpo se llama asana. Cuando se purifica el cuerpo, la respiración también se purifica y se eliminan las enfermedades del cuerpo.
Una vez que hemos aprendido suficientemente bien los asanas para practicarlos con comodidad, la próxima rama que se debe practicar es la de adiestrar la respiración. Esto se conoce como pranayama. Pero simplemente sentarse, tomar el aire y soltarlo por la nariz no es pranayama. Pranayama significa tomar el sutil poder del viento vital a través de rechaka [exhalación], puraka [inhalación], y kumbhaka [retención de la respiración]. Solo estos kriyas, practicados en acuerdo con las reglas y en conjunción con los tres bandhas [contracciones musculares, o cierres] se pueden llamar pranayama. ¿Cuáles son los tres bandhas? Son mula bandha, uddiyana bandha y jalandhara bandha y se deben hacer durante la práctica de asana, etc. A través de pranayama, la mente se encauza en una sola dirección y sigue el movimiento de la respiración, un hecho sabido por la declaración escritural, “Chale vate chalam chittam”. Es de conocimiento general que podemos levantar un objeto pesado más fácilmente si retenemos la respiración y si nos concentramos en los objetos en nuestras manos. Al controlar la respiración a través de los procesos de rechaka, puraka y kumbhaka, es posible encauzar la mente en una sola dirección”.
--Yoga Mala, Sri K. Pattabhi Jois
Estos dos párrafos representan el corazón de las enseñanzas de nuestra práctica diaria. La disciplina de hacer asana regularmente nos trae salud, brillo y liviandad al cuerpo, pero tal como afirma Pattabhi Jois, este no es el fin de la práctica. Nuestra meta es de dirigir la mente hacia nuestra verdadera identidad: Atma o el Ser. Para lograr eso, tenemos que tomar las riendas del animal más rebelde del mundo: la mente. El Bhagavad Gita dice que domar la mente es como domar el viento. Por ese motivo, empezamos con asana, una práctica visible y externa, para apaciguar nuestras dolencias físicas (que nos distraen si son intensas) y para tomar un primer contacto con la respiración. Según Patanjali, uno de los obstáculos en nuestro camino es vyadhi o la enfermedad. Styana, otra piedra en el zapato, se refiere a la inercia y alaysa a la pereza. La práctica diaria de asana nos ayuda a sobreponernos a estos obstáculos (que en nuestra vida cotidiana se traducen a quedarse todo el día tirado con una compu en la falda, cultivando la mala postura, la depresión y un exceso de pensamientos).
Pero el cuerpo sano no es nuestra meta, sino solo el vehículo hacia ella, tanto como la vinyasa nos lleva de un asana a otro. En las palabras de Pattabhi Jois (y Alejandro y muchos otros maestros), una vez que hemos calmado el cuerpo, el sistema nervioso y nuestros dolores, podemos empezar la práctica de pranayama: la investigación profunda de la respiración. El Hatha Yoga Pradipika, un texto fundamental de esta tradición, nos explica que la respiración (prana) y la mente (citta) se mueven juntos. Si podemos primero encauzar la respiración y luego detenerla, podemos hacer lo mismo con la mente. En las escrituras, se usa el ejemplo de dos peces que nadan juntos. Si podemos entrenar a un pez para nadar tranquilamente, su compañero lo seguirá. Con suficiente práctica, ambos se quedarán totalmente quietos, inmersos en el mar.
Esta mente quieta y estable es la meta real (en todo sentido) de nuestra práctica de Ashtanga yoga. Es muy fácil perder esto de vista en la práctica diaria de asana. Hatha Yoga nos presenta el regalo de acceder a lo divino a través del cuerpo, pero también nos tiende la trampa de caer en su mera adoración. Hatha Yoga nos enseña que nuestro cuerpo es un conjunto de canales gruesos y sutiles cuyo centro es Brahman, o Dios (aunque ninguna palabra jamás lo podrá representar). Para llegar a ese centro empezamos por fuera, descubriendo la infinita sutileza de quienes somos y de lo que somos capaces. A través de asana, nos liberamos de la jaula de tensión muscular y nerviosa en la que vivimos y luego atendemos al flujo de nuestra respiración. Así, sentados quietos e inundados en la energía que nos anima, podemos descubrir nuestra verdadera naturaleza.
Shankaracharya, unos de los grandes sabios del hinduismo y al padre del Advaita Vedanta, escribió un pequeño texto que se llama el Aparokshanubhuti. En los primeros cuarenta versos, nos explica de una forma tradicional que el Ser no es el cuerpo (o como diría Richard Freeman, no hacemos un velorio para nuestra uñas cuando las cortamos). Luego, revierte todo su argumento y afirma que la conciencia o Brahman permea todo aspecto de nuestra experiencia y por ende, el cuerpo es absolutamente sagrado. De ser así, asana nos brinda otra experiencia de nuestra divinidad.
En su texto, Shankaracharya dice unas cosas maravillosas sobre asana, por ejemplo: “debemos reconocer como una postura real aquella en la que Brahman fluye espontáneamente sin cesar y no ninguna otra que destruye nuestra felicidad.” En sánscrito, esta meditación sobre Brahman se llama “brahmachintanam,” la unión de nuestra mente (citta) con Brahman.
A la hora de desenrollar el mat y empezar nuestra práctica, siempre tenemos la oportunidad de experimentar esto. A la hora de enrollarlo, siempre tenemos la posibilidad de quedarnos quietos un rato y profundizar en nuestra respiración. Y durante el resto del día, donde estemos, podemos recordar porque hacemos todo esto y no perder de vista el único drishti real, el que siempre está visible: el Ser.