Puede ser muy frustrante confrontarse con la naturaleza personal de la verdad. Descubrimos, una y otra vez, que nuestra experiencia es única e intransferible, que excede las capacidades de la empatía o del intelecto de los demás. Solamente nosotros sabemos cómo fue y qué significó para nuestro cuerpo-mente; no importa si nuestra experiencia fue tan inocua como tomar un helado de frutilla durante una tarde calurosa o tan intensa como sufrir un asalto a mano armada (dos recuerdos míos particularmente nítidos). Por supuesto, puedo ofrecer más detalles para crear una escena con la que un interlocutor podría identificarse, pero siempre estos puntos de conexión se remiten a fuentes inevitablemente diferentes: su helado y el mío nunca serán idénticos; su ladrón llevó un cuchillo, no una pistola. Hay verdades que se prestan más al consenso: hoy llueve, salió el sol, hay tráfico, pero nunca me deja de asombrar cuánto varía la percepción, aún la de las cosas más sencillas. Todas las madres del mundo saben que sus hijos juran no tener frío cuando ellas llevan dos suéteres y una bufanda. ¿Qué estará pasando en esos cuerpos que creemos conocer tan bien? ¿Tenemos idea, en realidad, de lo que experimentan? La verdad es que no, pero los abrigamos igual.
¿Qué sucede, entonces, cuando se trata de una verdad colectiva? ¿Cómo podemos llegar a un consenso justo sin convertirlo en una lucha de poder? Ahora en Estados Unidos los ciudadanos se encuentran divididos por el control de armas y la violencia desgarradora en las escuelas. ¿Is it the guns? ¿O el problema pertenece exclusivamente a la salud mental? ¿O a la tormenta perfecta de las armas y la enajenación social de tantos norteamericanos? En este momento sucede algo parecido en la Argentina acerca del aborto. ¿Cuándo se inicia la vida y quién decide? ¿Qué prima, la santidad del feto o la libertad de la madre? El movimiento mundial MeToo parece haber sido un experimento más exitoso acerca de lo que la mayoría de los occidentales designamos como aceptable o inaceptable. Pero las redes sociales y los medios son un sistema de justicia muy frágil y vulnerable a la manipulación. Hillary Clinton aprendió esto de la forma más humillante.
Frente a estos temas de conflicto, solemos basar nuestras conclusiones sobre teorías, generalizaciones y el testimonio personal de gente que no conocemos. Para bien o para mal, creeremos a algunas personas y descartaremos las opiniones de otras. Nuestras razones nacerán de nuestra formación familiar y escolar, nuestro intelecto y nuestros prejuicios inconscientes. Al final, algo nos tirará hacia un lado o hacia el otro, y esa tendencia seguramente será más condicionada de lo que nos gustaría pensar.
El mundo del yoga no es tierra santa y sufre todas las fallas humanas que nos azotan en la vida cotidiana: la codicia, el fanatismo, la mentira. Sobran pruebas de los abusos y excesos de líderes espirituales de una gran variedad de linajes (ahora Netflix ofrece esta vivencia en directo a través de Wild Wild Country). A veces estas debacles pasan por la acumulación grosera del dinero y del poder, pero muchas veces revelan historias de abuso sexual. El año pasado se desató una crisis profunda en la comunidad del ashtanga vinyasa acerca de las asistencias abusivas de Pattabhi Jois. Siempre habían circulado fotos sugestivas y rumores, pero un escrito de Mary Taylor provocó una conmoción internacional sobre el acoso en el contexto de este linaje. En un intento de aportar su apreciaciónsobre este tema difícil y doloroso, Mary terminó en el centro de una controversia en las redes sociales. Quienes la conocen, saben que Mary es una persona sumamente ética, pero de repente su perspectiva (así como el comportamiento de su maestro) fue el foco de una catarata de ira. La gente estaba furiosa: o bien porque ella había intentado contextualizar los ajustes de Pattabhi Jois, o porque le había faltado el respeto.
Al mes del famoso posteo, llegué a Boulder para participar en un curso con Richard y Mary, justo en el momento en el que Sharath Jois, el heredero del linaje de su abuelo, eliminó a una generación de instructores de “la lista” oficial del KPJAYI. Éramos 40 alumnos en el Yoga Workshop, unos cuantos ilegales y otros autorizados nivel 2. Las conversaciones que se dieron en los recreos fueron variadas, picantes, intensas y sentidas. Cada punto de vista tenía su lógica y su peso y se derramaron unas cuantas lágrimas. Mary habló abiertamente de lo que había escrito, su motivación al respecto, en qué se había equivocado y cómo creía que podríamos seguir adelante (hablando, abriendo la posibilidad para incluir a todos en el diálogo). Fue conmovedor ser testigo de su honestidad, de lo difícil que puede ser decir la verdad (por más personal y parcial que sea). Aquí pueden leer su último escrito al respecto:
Mientras caían la nieve y los reclamos en Boulder, pensaba en el clima que había reinado en la misma sala dos veranos atrás cuando se estrenó el video “Guruji Lives Here”. En celebración de los cien años de la vida de Pattabhi Jois, practicantes de todo el mundo habían filmado sus salas, sus practicantes y Dena Kingsberg narraba con su característica intensidad poética, en conjunto con algunas voces en off de otros “senior practitioners” como Tim Miller. En ese video, se ven a centenares de practicantes devotos de esta metodología a la que muchos de nosotros sentimos que debemos nuestras vidas, nuestra salud física y nuestro equilibrio mental. Yo he escuchado múltiples historias sobre Pattabhi Jois, testimonios directos de Eddie Stern, Tim Miller, Richard y Mary, David Swenson, Dena Kingsberg, Kathy Cooper, Guy Donahaye, Johnny Smith, Manu Jois y Dominic Corigliano; y también he leído todo lo que pude sobre el supuesto “padre” del ashtanga vinyasa, el hombre que codificó la práctica que miles de personas en el mundo realizan a diario antes del amanecer.
Lo que siempre me queda claro es que estos “longtime practitioners” querían profundamente a Pattabhi Jois, que era un hombre impredecible, amoroso y temible. Que su inglés era lamentable y que muchas veces era difícil entender con certeza lo que quería decir o interpretar sus matices, que Jois tenía un don para ayudar a sus alumnos a crecer, que era un Brahman tradicional y que la modernidad le trajo muchas tentaciones; como escribe Nick Evans en su entrevista en el libro Guruji, “Contaba los billetes y daba besos a las chicas”. Queda claro que a veces lastimaba físicamente a la gente, de maneras que hoy nadie toleraría en una sala: “Now posture correct, walking some difficulty.” Y ahora sabemos con certeza que detrás de las fotos desagradables quedó mucho dolor. Siempre asumí que había elementos para replicar de sus enseñanzas y otras que jamás pondría en práctica (como pisar en simultáneo los dos muslos en baddha konāsana y así desgarrar los aductores del alumno). Es trágico que él haya traspasado límites tan íntimos con alumnas. Es trágico que el poder y la fuerza hayan pisoteado la práctica de los ocho aṅgas. Como mujer, yo he recibido ajustes inapropiados de instructores y he sentido que no quedaba otra que tolerarlo. Pero también me parece penoso negar las contribuciones positivas de Pattabhi Jois. Si antes lo venerábamos sin apreciar la complejidad de su persona, hoy lo defenestramos con el mismo absolutismo. Nos encanta poner a Krishnamacharya sobre el mismo pedestal, sin reconocer sus idiosincracias no siempre bonitas. En conjunto con su clara brillantez, Kirshnamacharya era tan estricto y feroz que, de a ratos, se quedaba sin alumnos y la gente cruzaba la calle para evitarlo. Ató a su hijo pequeño Desikachar en Padmāsana cuando el niño intentó escaparse de una clase de āsana. No era nuestro abuelito bendito yogui, sino un genio, un tirano, un santo, y — fundamentalmente — un misterio. Su nieto Kausthub acosó sexualmente a sus alumnas y cuando Desikachar sufrió demencia senil, la familia no lo reconoció ante el alumnado. Lo que demuestra esta biografía más oscura de nuestro linaje no es que sea un desastre, sino que está repleto de seres humanos. No hace falta perdonar a nadie, pero sí hace falta mirar de cerca, aceptar que las vidas humanas son complejas, intrincadas y multidimensionales.
Como algunos saben, Richard Freeman y Mary Taylor acaban de pasar por Buenos Aires. Vinieron para presentar su libro El arte de Vinyasa, ahora traducido al español, y también dieron un taller. Para mí fue un gran momento: de alegría, estrés, regocijo y cansancio. Desde hace varios años, estudio con ellos siempre que puedo, y desde hace dos años me dedico a traducir su obra literaria. Yo he estudiado con muchos maestros maravillosos y de cada uno aprendí algo esencial, pero si viniera el renombrado Ashtanga Police y me pusiera contra una pared para preguntarme quiénes son mis maestros, respondería “Richard y Mary”. Sin embargo, esta una respuesta paradójica que contiene la enseñanza de que maestra es la tradición, la práctica, la capacidad de dialogar y de rechazar el dogma que nos separa.
Presentando El arte de Vinyasa en el MALBAEn la presentación de El arte de Vinyasa, les pregunté a Richard y Mary sobre esta crisis en nuestro linaje (y en todas las escuelas cuyas grandes figuras ya no están más). ¿En qué consiste un linaje verdaderamente? ¿Qué significa el paraṃpara y cómo lo seguimos? ¿Quién está capacitado para guiarnos en estos momentos de conflicto?
La primera respuesta de Richard fue entonar el mantra “secreto” que los ashtanguis iniciados cantan en voz baja y que nosotros los mortales no conocemos. Muchas veces quise saber de qué se tratan esos versos, pero nunca me animé a preguntar. Richard nos explicó que es un canto al linaje y que empieza con Nārāyaṇa, o la forma más enaltecida de Viṣṇu, antes de pasar por grandes figuras antiguas de la línea de Shankaracharya, como el sabio Guadapad quien demostró una profunda familiaridad y afinidad con el budismo. Sabemos que Shankaracharya fue una gran figura de unión en el hinduísmo, no solo de puruṣa y prakṛti sino de diferentes escuelas que anteriormente se consideraban enemigas. Patañjali también es conocido por proponer “lo que funcione” como un camino para enfocar la mente. Es un teísta sin afiliación específica, y su Īśvara podría asemejarse a casi cualquier dios. Con esta perspectiva, es posible que el paraṃpara no sea la simple repetición de lo que vino antes, sino una evolución activa, una síntesis; abhyāsa siempre con vairāgya. Krishnamacharya fue famoso por innovar y crear āsanas nuevos, por cambiar su estilo de enseñanza a la mitad de su carrera e introducir cambios revolucionarios en el yoga, como la inclusión de las mujeres. Esto es, por supuesto, muy diferente a patentar hot yoga pilates fusión y venderlo online.
La tradición y la experiencia nos recuerdan que es muy difícil avanzar sin un maestro, que si saltamos de un método a otro, nunca vamos a cavar hondo y aproximarnos a la verdad que somos. Pero qué tristeza limitar un linaje milenario al último comunicado de Mysore o los pecados de Pattabhi Jois. Lo que tanto atesoro de estudiar con Richard y Mary es la oportunidad incesante que nos ofrecen de prestar atención a lo que sea que se presente, de leer textos sagrados libremente, de no aceptar la palabra de otro porque sí o de refugiarnos en la santidad de un único saṅgha. Y también nos dejan en claro que nos quedan eternas vidas de estudio, que estamos en la infancia de nuestra curiosidad. Nunca me olvidaré de escuchar a Richard responder a la pregunta de un estudiante durante un curso. Elevó sus palmas hacia el cielo y contestó, “¿Yo qué sé?”. Más que yo, seguramente.
A veces las enseñanzas de Richard y Mary parecen mucho más simples de lo que son. En su intensivo para instructores nos mantienen en Ekam-dve-trini durante días. Nos sentamos en silencio varias veces al día con la instrucción única de observar nuestra respiración. Si no podemos alinear nuestro hombros en Adho Mukha, ¿de qué sirve meter la pata detrás de la cabeza? ¿Y cuantas cosas perdemos en Surya Namaskāra porque queremos pasar a algo “más importante”? Si no podemos escuchar compasivamente a la persona que tenemos al lado, ¿de qué sirve entonar los cuatro pādas del Yoga Sūtra de memoria? O como diría Richard, “un poco de bondad le gana a diez mil horas de prāṇāyāma”.
Es terrible ver las fallas de alguien que hemos venerado, pero si no fuéramos tan veloces en coronar mortales con laureles divinos, quizás esta conversación sería menos dolorosa y más abierta. Toda mi vida busqué maestros y los he idolatrado con una rapidez lamentable. Cuando conocí a Richard y Mary, entendí que no sería tan fácil replicar este proceso con ellos. No piden ser elevados sobre un pedestal, ya que este mismo gesto deja al alumno en un pozo. No otorgan posturas como premios. Piden que respetemos al estudiante a ultranza. Que seamos capaces de dialogar con otras escuelas, con otros linajes, con otros seres. Que prestemos atención a lo que sea que surja. Seguramente fallo en mi intento de no idealizarlos, pero ellos hacen todo lo posible para frustrarme.
En mis intentos de ordenar mis pensamientos sobre la naturaleza particular de la verdad, volví muchas veces a la realidad única de la respiración. No podemos respirar para el otro — por más que quisiéramos — pero sí podemos crear las condiciones en las que el otro puede respirar libremente. Podemos crear espacio con la compasión y la escucha, para que cada cual encuentre el permiso para expresarse. En una sala de práctica Mysore, se nota inmediatamente que cada practicante respira de una manera individual; y, como practicantes, sabemos que nuestro aliento delata nuestro estado (interno y externo, físico y emocional). No hace falta asumir el patrón respiratorio del otro, sino tolerarlo.
En ese espíritu, queridos ashtanguis, sigamos respirando y sigamos hablando. Evitemos el gesto fácil de seguir la corriente y estar de acuerdo con el montón. Inevitablemente, la verdad es más compleja. Busquemos hablar con fuentes de confianza, con quien estuvo ahí y quien fue testigo. Escuchemos a Karen Rain directamente de su video y no dejemos de hacer preguntas. Y por favor, démonos cuenta de que somos este linaje, que respira y cambia con nosotros. No es la propiedad privada de una ciudad o de una familia. Seamos dignos representantes de esta gran evolución que incluye a todo practicante sincero y de corazón abierto, no importa de donde viene.
Sigamos participando. Sigamos practicando.