Es casi Mayo, y bajó de repente la temperatura. Estuvimos todos pasados (y sobrepasados) por agua en las últimas semanas. Pero el frío recién empieza y sabemos que nos quedan meses grises por delante, y gracias al Niño, dicen que serán mojados.
Marzo siempre es un mes muy activo en la escuela. Después del verano, muchos alumnos vuelven con las mejores intenciones para sostener una práctica diaria, y arrancan los cursos del Instructorado y del Yoga Sutra. Los instructores no damos abasto y caemos rendidos al final de las clases.
De repente, alrededor del momento en el que hay que prender la estufa, la sala se aquieta y vienen menos alumnos. Los que aparecen tienen una cara larga y colapsan en navasana. Ayer vino una practicante a la cocina después de la clase y me dijo, “Necesito palabras de aliento. Siento que cada vinyasa es una tortura.”
Me reí, porque eran las mismas palabras que me habían nacido durante la practica del mediodía. Otros amigos instructores me habían dicho esa misma tarde, “Me duele todo y estoy muy cansado en la práctica. Debo tener parásitos.”
También pensé en mis hijos, quienes siempre me despiertan a la mañana, pero últimamente los tengo que sacar de la cama con coimas y el desayuno en bandeja. Mi hija parece un roedor ciego durante veinte minutos, hecha un bollo de pijama y pelo.
Tal como hablamos antes del síndrome de las vacaciones, ahora nos aflige el achatamiento del otoño. Cuando nos levantamos es de noche, la temperatura bajó y nuestro instinto es de quedarnos en la cama hasta Agosto con chocolate, vino y series interminables. A cambio de hacer docenas de vinyasas en silencio, saboreando la dureza repentina de nuestro sistema óseo-muscular.
Este síndrome nos afecta a todos, incluyendo a los instructores, pero tiene otro agravante, el terrible entusiasmo de Marzo. Volvemos del verano con todas las pilas, dejamos a los chicos en el colegio y vamos mucho a la sala. Nuestra práctica semanal pasa de una o dos veces semanales a tres o cuatro y, entendiblemente, nos duele todo. En Abril nos damos cuenta de que no nos transformamos un súper-héroes en un mes, sino en versiones más cansadas e irritables de quienes ya fuimos. El yoga no funciona, decidimos. O por lo menos no para nosotros.
Pero no es para tanto. El chaman de la selva siempre tiene una solución. Cuando no logramos prender la estufa la semana pasada, tuvimos a recurrir a un gasista. Cuando caemos en la desesperanza con la práctica, sólo hace falta llamar a Patanjali. Él siempre logra encender el fuego interno y encima no cobra un centavo.
Tapas, Swadhyaya, Isvarapranidana, dice el primer Sutra del Sadhana Pada. Así Patanjali define a Kriya Yoga, el yoga de la acción. Esta receta es la base de lo que hacemos en la practica y es el remedio que nunca falla. Tapas, el primer ingrediente, a veces se describe como austeridades, pero también comparte su raíz con la palabra en sanscrito para cocinar. Los sabios dicen que el calor de la práctica (sea asana, pranayama, mantra, o meditación) limpia las impurezas del cuerpo/mente; muchos usan la metáfora de derretir el oro a modo de purificarlo. Imagínense el calor que hace falta para fundir un metal. Yoga, dice Krishna en el Bhagavad Gita, no es para gente incapaz de crear humo.
Como levantamos calor en la práctica? Empezando con Surya Namasakar A y B, pero donde realmente nos cocinamos es en las medias vinyasas del piso: en el esfuerzo de volar hacia arriba y luego hacia atrás, en los cinco navasanas y el temido bhujapidasana. Estos momentos en la práctica son los más difíciles, sobre todo si los vamos a atravesar con buena alineación, bandhas, drishti y una respiración equilibrada. Representan un reto muy grande: la unión de la fuerza y la gracia. También forman el corazón de la práctica. En muchos practicantes, la cara se contorsiona, los labios se aprietan, el ceño (y el ano) se fruncen. Para los practicantes más experimentados, la vinyasa es una expresión fluida y elegante de su tapas, del resultado de una cocción lenta y larga. Para nosotros los mortales, la vinyasa nos puede hacer sentir que nunca vamos a poder hacerlo bien, que nos saca fuerza en vez de otorgárnosla. Que siempre será una tortura, como dijo la alumna de ayer.
Hace poco lo escuché a Eddie Stern describir la vinyasa como el desatador de los nudos o granthis que congestionan a nuestro sistema nervioso. En la visión hinduista, corren nadis o pequeños ríos por todo nuestro cuerpo. Son canales energéticos que también existen en un plan físico. Cuando están bloqueados, perdemos vigor, salud y felicidad. Eddie decía que, tal como desatamos un nudo moviendo el hilo en distintas direcciones, el movimiento de la vinyasa desata los bloqueos de los nadis. Cuando esto ocurre, nuestra energía vital corre libremente por este gran sistema fluvial. Hay una cita famosa del Brihadaryanaka Upanishad que dice, “Cuando todos los nudos que estrangulan al corazón se sueltan, el mortal se vuelve inmortal aquí en esta misma vida.”
Y nosotros que seguimos pensando en los isquiotibiales…
Si esto no les inspira, llamemos de vuelta a Patanjali. Swadhyaya comprende el estudio de los textos sagrados y también de nosotros mismos. Primero reconocemos que sufrimos del achatamiento y luego podemos decidir que hacer al respecto. O nos damos cuenta de que nos motiva el auto-exigencia en vez del amor. Quizás aprovechamos el frío y la fiaca para abrir una copia del Bhagavad Gita y averiguar de que se trata. Hacemos esta práctica para conocernos, no para recibir un premio de asistencia. Hay que practicar, eso seguro, pero cuanto mejor si es con conciencia.
Y por último, nos acordamos de Isvarapranidhana. Isvara, el Señor ambiguo que invoca Patanjali, podría ser algo como el Gurú Supremo, él que mueve la máquina, o el misterio mayor que funde el universo en color, sabor y textura. Tim Miller lo llama El Gran Jefe; Richard Freeman, el Maestro de los Maestros. No hace falta creer en dios o en el hinduismo para contemplar a Isvara, sólo hace falta dedicar nuestro esfuerzo en la sala a algo más grande que nosotros, o a algo que supera los detalles menores de nuestros egos--si estamos gordos o flacos, lindos o feos, casados o separados, haciendo la primera o segunda serie. Estamos en la sala para venerar a lo sagrado en cada uno de nosotros y en todos los seres del planeta. Y si nos olvidamos de eso, el mantra de cierra nos lo recuerda. Si no lo saben, apréndanlo.
Y si todo eso falla, piensen en mi gran compañera Cecilia Paredes. Ayer practicó sola en la sala, con mocos que se le caían, después de asistir toda la mañana. Cuando salí de mi descanso, la saqué una foto como recuerdo del corazón de esta práctica. Se notó en cada poro cansado de cuerpo: tapas, swadhyaya, isvarapranidhana.